La educación transforma a las
personas y las sociedades, define el presente y perfila el futuro de las
naciones cambiando su rumbo, escribiendo la historia del desarrollo de la humanidad en su conjunto.
No en vano, sigue siendo uno de
los ejes fundamentales de discusión social y política.
Se aprueban nuevas leyes,
decretos y reglamentos, se redefinen asignaturas, o se editan nuevos libros de
texto. Pero ¿realmente estamos educando mejor? ¿Podríamos afirmar que estamos
preparando mejores personas? ¿Actualmente salen de nuestras escuelas,
institutos y universidades ciudadanos mas honestos, cívicos, y solidarios?
Porque si la respuesta es no, tal vez deberíamos repensar el modelo educativo
desde su esencial función, su objetivo ultimo: la transformación social.
Reflexionar acerca de la sociedad
que deseamos construir conlleva la responsabilidad de educar en la dirección
adecuada. Una sociedad donde abunda el fraude y el engaño revela grandes
carencias de ética y valores.
Sin embargo, no deberían
extrañarnos tales comportamientos cuando el sistema diseñado centra su atención
en la educación intelectual, omitiendo la educación afectiva, valorando
únicamente objetivos en lugar de procesos, fomentando la competición entre
individuos, generando ansiedad y estrés en un colectivo estudiantil cada vez
más desmotivado. Las tasas de abandono escolar hablan por si solas.
Educamos la mente, pero olvidamos
el corazón. La mente almacena datos que pronto olvidamos pero en el corazón se
gravan miedos y dudas que condicionan nuestro futuro. La memoria es
esencialmente emocional, y esa es la razón por la que olvidaste el año en que
se produjo la batalla de Pavía pero nunca olvidarás el primer beso.
Vivimos en la era de la
información, donde el conocimiento se encuentra en bases de datos accesibles a
todos; en este contexto tal vez lo prioritario sea fomentar el interés por la
cultura y establecer un plan de acción urgente en las escuelas para formar
buenas personas; ciudadanos y ciudadanas que hayan aprendido, desde su mas
tierna infancia, a respetarse a si mismos y respetar a los demás; personas que
desarrollen sus habilidades al servicio de la sociedad y no antepongan sus
intereses y el deseo de lucro particular al bien común.
Es el momento de redefinir las
estrategias pedagógicas, y centrar nuestra atención en el desarrollo de
competencias afectivas, como la empatía, el autoconocimiento, la aceptación de
uno mismo y de los demás, la cooperación o la comunicación transparente de
sentimientos e ideas.
Necesitamos una escuela activa y
creadora, que avance con los tiempos, que atienda a las necesidades del momento
y que fomente las revoluciones de pensamiento generando ideas nuevas. Porque
ésta no es ni la primera ni la última crisis económica que ha vivido el ser
humano, y el cuándo y cómo llegará la siguiente crisis dependerá de lo que
construyamos hoy.
Nuestros futuros políticos,
filósofos y músicos están ahora mismo en un aula, sentados en un pupitre, tal
vez preguntándose que hacen ahí.