sábado, 8 de noviembre de 2014

EDUCAR PARA TRANSFORMAR

La educación transforma a las personas y las sociedades, define el presente y perfila el futuro de las naciones cambiando su rumbo, escribiendo la historia del desarrollo de  la humanidad en su conjunto.

No en vano, sigue siendo uno de los ejes fundamentales de discusión social y política.
Se aprueban nuevas leyes, decretos y reglamentos, se redefinen asignaturas, o se editan nuevos libros de texto. Pero ¿realmente estamos educando mejor? ¿Podríamos afirmar que estamos preparando mejores personas? ¿Actualmente salen de nuestras escuelas, institutos y universidades ciudadanos mas honestos, cívicos, y solidarios? Porque si la respuesta es no, tal vez deberíamos repensar el modelo educativo desde su esencial función, su objetivo ultimo: la transformación social.

Reflexionar acerca de la sociedad que deseamos construir conlleva la responsabilidad de educar en la dirección adecuada. Una sociedad donde abunda el fraude y el engaño revela grandes carencias de ética y valores.
Sin embargo, no deberían extrañarnos tales comportamientos cuando el sistema diseñado centra su atención en la educación intelectual, omitiendo la educación afectiva, valorando únicamente objetivos en lugar de procesos, fomentando la competición entre individuos, generando ansiedad y estrés en un colectivo estudiantil cada vez más desmotivado. Las tasas de abandono escolar hablan por si solas.
Educamos la mente, pero olvidamos el corazón. La mente almacena datos que pronto olvidamos pero en el corazón se gravan miedos y dudas que condicionan nuestro futuro. La memoria es esencialmente emocional, y esa es la razón por la que olvidaste el año en que se produjo la batalla de Pavía pero nunca olvidarás el primer beso.


Vivimos en la era de la información, donde el conocimiento se encuentra en bases de datos accesibles a todos; en este contexto tal vez lo prioritario sea fomentar el interés por la cultura y establecer un plan de acción urgente en las escuelas para formar buenas personas; ciudadanos y ciudadanas que hayan aprendido, desde su mas tierna infancia, a respetarse a si mismos y respetar a los demás; personas que desarrollen sus habilidades al servicio de la sociedad y no antepongan sus intereses y el deseo de lucro particular al bien común.
Es el momento de redefinir las estrategias pedagógicas, y centrar nuestra atención en el desarrollo de competencias afectivas, como la empatía, el autoconocimiento, la aceptación de uno mismo y de los demás, la cooperación o la comunicación transparente de sentimientos e ideas.

Necesitamos una escuela activa y creadora, que avance con los tiempos, que atienda a las necesidades del momento y que fomente las revoluciones de pensamiento generando ideas nuevas. Porque ésta no es ni la primera ni la última crisis económica que ha vivido el ser humano, y el cuándo y cómo llegará la siguiente crisis dependerá de lo que construyamos hoy.

Nuestros futuros políticos, filósofos y músicos están ahora mismo en un aula, sentados en un pupitre, tal vez preguntándose que hacen ahí.